jueves, 25 de junio de 2020

Morir por covid 19


... Agregaría que además de la muerte, lo que nos impacta de esta pandemia es la forma en que la incertidumbre nos remarca los dolores de la existencia. ¿cuántas angustias nos la vuleve visible la incertidumbre? 
Y quiero, Rodolfo; que ninguno de nosotros seamos Antígona. 



Autor: Rodolfo Urtubey


Me he preguntado una y otra vez cual es la causa o razón por la cual esta pandemia de covid 19 provoca esta situación generalizada de espanto que pareciera unirnos más que el amor, parafraseando de algún modo a nuestro gran Borges.

¿Será por las muertes que provoca? No estoy tan seguro de ello, hay otras enfermedades más mortales y también hechos que producen más muertes como son los accidentes, los crímenes, las guerras y la injusticia.

¿Será por el hecho inédito en la historia de una pandemia en un mundo hiperconectado por redes y plataformas a través de la cuales la información sobre los contagios y muertes fluye en forma instantánea?

¿Será que esta información masiva e instantánea nos apabulla a tal punto de paralizarnos de miedo y espanto en cualquier lado del mundo en que estemos? ¿Estamos ante una suerte de psicosis colectiva global nunca antes experimentada?

Creo que hay algo más profundo, más abismal, que nos remite a elementos ancestrales que son constitutivos y distintivos de lo humano.

No se trata de la muerte en sí. Los seres humanos convivimos, por así decirlo, con la muerte desde el origen mismo. Una de las características de esta relación con la muerte ha sido el respeto y el cuidado expresado de mil formas y rituales a lo largo de la historia. El respeto por el momento de la muerte, el respeto por el muerto y el respeto por los seres vivos que sufren la partida del muerto.

Es tan así que este respeto fue el fundamento del derecho humano más antiguo que aparece en la historia humana, que es el derecho a enterrar a los muertos.

Hace casi dos mil quinientos años (exactamente en el año 442 A.C.) se representaba en Atenas por primera vez la tragedia escrita por Sófocles que llevo el nombre de Antígona.

El argumento es bien conocido: Antígona, hija del rey Edipo se enfrenta al rey tebano Creonte quien ha prohibido que se realicen los ritos funerarios y el entierro de Polinices, hermano de Antígona.

 Para ello el rey Creonte ha dictado un edicto que prohíbe bajo pena de muerte los ritos funerarios y el entierro de Polinices.

Antígona desobedece al rey, realiza los ritos funerarios y reclama abiertamente el derecho a enterrar a su hermano.

Explica Antígona que “las leyes humanas no pueden prevalecer sobre las divinas”
El rey Creonte condena a Antígona y despierta la cólera de los Dioses que desatan sobre Creonte todos los males posibles. Antígona se suicida y mueren la esposa y el hijo de Creonte.

Las rígidas e inflexibles prácticas sanitarias establecidas para los momentos previos y posteriores a la muerte de pacientes contagiados de COVID 19 nos hacen evocar esta antigua tragedia griega porque constituyen en si una enorme tragedia actual. La imposibilidad absoluta de acompañar a los enfermos en los instantes finales de su existencia, de llorar su muerte, de recibir el saludo de seres queridos y finalmente de participar del entierro son una verdadera tragedia. Es como si el edicto de Creonte hubiera cobrado nueva vida, esta vez justificado por normas sanitarias establecidas para evitar contagios, las que, paradójicamente parecen bastante “inhumanas”

Esta ruptura con este respeto ancestral por la muerte, el muerto y sus seres queridos explica, en gran medida, el espanto que nos provoca la sola posibilidad de contagiarnos nosotros o algunos de nuestros seres queridos.


Rodolfo Urtubey

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